Evocar el Dolor

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Links mencionados en este podcast:
Susan Sontag, Sofia Miselem
Música de lemonmusicstudio de Pixabay
Locucion Klau Tenorio

En marzo pasado fui encomendado para fotografiar a mujeres que habían sufrido ataques con ácido en su cuerpo.
La historia, para la AFP, iba a ser escrita por mi compañera Sofía Miselem.
Luego de concertar día y lugar de las entrevistas, me quedé pensando por largo tiempo como fotografiar retratos de mujeres que habían sufrido tan letales ataques, sin caer en el recurso de magnificar las secuelas que el ácido había dejado en sus cuerpos, un recurso que hubiera sido demasiado sencillo.
Elegí entonces tratar de iluminar con una sola luz la sección del cuerpo o la cara que había quedado intacta luego del ataque artero, y un fondo negro que me pareció adecuado para ese tipo de historias.

El resultado final era el que yo esperaba, pero nunca terminó de convencerme, sentía que le faltaba algo que mostrara no solo la resiliencia de estas mujeres por demás valientes, pero que no reflejaba los relatos que yo había escuchado durante las entrevistas.
La paradoja que presenta el fotografiar estas historias está en el ángulo que será más elocuente para el espectador, el reflejo de la esperanza de las personas que han salido adelante a pesar de lo aberrante del ataque, o la confrontación del cuerpo desgarrado e irreparable ante la mirada de los demás.
Recurrí a releer el libro de Susan Sontag, “Ante el dolor de los demás”, donde se explaya extensamente sobre la fotografía que muestra los estragos que dejan la guerra, y la sensibilidad o lo efímero de la conmoción que despiertan esas imágenes en los espectadores.

Hay en ese libro muchas respuestas, pero trasladarlas hacia las imágenes, era aún más complicado.
Utilizar la luz para resaltar la porción del cuerpo que había quedado intocada, fue la elección para mostrar la valentía de estas mujeres. Pero, aunque en las sombras se denotaban las heridas del ataque, sentí que no podía expresar el calvario por el que habían tenido que pasar esas mujeres.

No encontraba solución a esta dicotomía, mis fotografías podían dilucidar solo un aspecto al tratar de difuminar las verdaderas consecuencias de la catástrofe. Y quedaba por mostrar el dolor emocional, la incomprensión, la indefensión por encima de todo el sufrimiento físico tras un ataque que solo se puede entender desde algún lugar de la locura.

La doble tarea de graficar el horror y dar mi opinión a ese respecto, planteaba una duda permanente. Mis fotografías podían hablar de un aspecto, pero necesariamente dejarían de lado el que quizás era el ángulo más incómodo, más lacerante.
No podía encontrar la fórmula que llevara la comprensión y la sensibilidad al mismo tiempo, no había receta escrita en mi experiencia que pudiera atisbar si la potencial audiencia habría de conmoverse.
No era mi intención llegar a los voyeurs, ni tampoco dejar de asumir la tarea de expresar la desazón del largo camino de la sanación. No veía un atajo en la imagen que llevara siquiera situarse en los vericuetos mentales de hombres cuyo único propósito es lastimar.
Su cinismo criminal tiene el único objetivo de herir y dejar huellas tan profundas como el desasosiego de la belleza maculada, de la personalidad trastocada para siempre.

No había manera tangible de evocar el dolor.

Días después, Sofía Miselem me envió la nota que estaba escribiendo, y allí sí pude reaccionar cabalmente sobre todo el dolor, el sufrimiento, la desazón, y tiempos de desesperanza por los que habían pasado esas mujeres.
La historia fue titulada “Ayudar para sanar: las mexicanas víctimas de la “violencia ácida”que se puede leer también aquí.
El texto detalla la lucha, el dolor, la impunidad con que sus perpetradores siguen en libertad, como si nada hubiera sucedido. Desgrana una a una las calamidades y horas de desaliento que tuvieron que pasar estas mujeres.
Y se da tiempo, en algo de más de 800 palabras, para desatar la denuncia por el desinterés de las autoridades, la impunidad con que actúan los perpetradores, la falta de empatía y la doble lucha de las víctimas ante la fragilidad de su cuerpo, y la búsqueda incesante de justicia.
Si algo se encuentra en el escueto texto es la conmoción, enojo y tristeza que causa la indefensión en que se encuentran las víctimas antes y después de los ataques. Leyendo se acumulan las preguntas, se puede sentir el horror del momento del atentado, puede uno imaginar el calvario perenne de cicatrices de por vida, el tormento moral de lo irreparable del hecho.

No creo que mis fotografías pudieran reflejar todo eso.

Luego de le la nota de mi excompañera y amiga Sofía Miselem, le escribí para decirle que no creía que mis fotografías hicieran honor a su texto. Ella, amable como siempre, dijo que las fotografías eran muy buenas.
Uno aprende siempre de cada una de las historias que hace.
Esta vez, y luego de repensar todo más de una vez, me quedé con la sensación que las fotografías solo podían cubrir una parte de la historia. Y que a veces, hay que dejar las pretensiones artísticas de lado, y no perder la noción que el mensaje debe ser siempre el propósito de toda historia que se quiera comunicar.

Sea con el texto, el video o las fotografías. Hay ocasiones en las que debemos bajar la cámara, escuchar al entrevistado, y dejar que lo esencial de la historia sea trasladada a la audiencia con toda la sensibilidad que merece.

La narración muchas veces logra mucho más que las imágenes, y para eso están los profesionales de la escritura, que al igual que nosotros, pueden pintar un paisaje desgarrador en solo una oración bien construida.